Primera Lectura
Éxodo 33, 7-11; 34, 5-9. 28
En aquellos días, Moisés tomó la tienda que había llamado "de la reunión" y la colocó a cierta distancia, fuera del campamento, de modo que todo el que deseaba consultar al Señor, tenía que salir fuera del campamento.
Cuando Moisés iba hacia la tienda, todo el pueblo se levantaba, se quedaba de pie a la entrada de sus tiendas y seguía con la vista a Moisés, hasta que entraba en la tienda de la reunión. Una vez que Moisés entraba en ella, la columna de nube bajaba y se detenía a la puerta, mientras el Señor hablaba con Moisés. Todo el pueblo, al ver la columna de nube detenida en la puerta de la tienda de la reunión, se levantaba y cada uno se postraba junto a la entrada de su tienda.
El Señor hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo. Luego volvía Moisés al campamento, pero su ayudante, el joven Josué, hijo de Nun, no se alejaba de la tienda de la reunión.
Moisés invocó el nombre del Señor, y entonces el Señor pasó delante de él y exclamó: "¡El Señor todopoderoso es un Dios misericordioso y clemente, lento para enojarse y rico en amor y fidelidad; él mantiene su amor por mil generaciones y perdona la maldad, la rebeldía y el pecado, pero no los deja impunes, pues castiga la maldad de los padres en los hijos, nietos y bisnietos!"
Al instante Moisés cayó de rodillas y se postró ante él, diciendo: "Si de veras gozo de tu favor, te suplico, Señor, que vengas con nosotros, aunque seamos un pueblo de cabeza dura. Perdona nuestras maldades y pecados, y recíbenos como herencia tuya".
Moisés estuvo con el Señor cuarenta días y cuarenta noches, sin comer pan ni beber agua. Y escribió en las tablas las palabras de la alianza, los diez mandamientos.
Cuando Moisés iba hacia la tienda, todo el pueblo se levantaba, se quedaba de pie a la entrada de sus tiendas y seguía con la vista a Moisés, hasta que entraba en la tienda de la reunión. Una vez que Moisés entraba en ella, la columna de nube bajaba y se detenía a la puerta, mientras el Señor hablaba con Moisés. Todo el pueblo, al ver la columna de nube detenida en la puerta de la tienda de la reunión, se levantaba y cada uno se postraba junto a la entrada de su tienda.
El Señor hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo. Luego volvía Moisés al campamento, pero su ayudante, el joven Josué, hijo de Nun, no se alejaba de la tienda de la reunión.
Moisés invocó el nombre del Señor, y entonces el Señor pasó delante de él y exclamó: "¡El Señor todopoderoso es un Dios misericordioso y clemente, lento para enojarse y rico en amor y fidelidad; él mantiene su amor por mil generaciones y perdona la maldad, la rebeldía y el pecado, pero no los deja impunes, pues castiga la maldad de los padres en los hijos, nietos y bisnietos!"
Al instante Moisés cayó de rodillas y se postró ante él, diciendo: "Si de veras gozo de tu favor, te suplico, Señor, que vengas con nosotros, aunque seamos un pueblo de cabeza dura. Perdona nuestras maldades y pecados, y recíbenos como herencia tuya".
Moisés estuvo con el Señor cuarenta días y cuarenta noches, sin comer pan ni beber agua. Y escribió en las tablas las palabras de la alianza, los diez mandamientos.
Reflexión
Cuando David pecó gravemente contra el Señor, lo primero que hizo fue reconocer su culpa, su debilidad y no buscar echarle la culpa a los demás: "Señor, reconozco mi culpa, he pecado contra ti". En el Evangelio, Jesús propuso la parábola del "hijo pródigo", en la cual, nos presenta la misma actitud en el hijo que ha abandonado al padre: "He pecado contra el cielo y contra ti, ya no merezco llamarme hijo tuyo".
Y como vemos hoy en este pasaje del Éxodo, ésta ha sido la enseñanza de Dios a su pueblo a lo largo de toda la Escritura. Y es que Dios no rechaza un corazón arrepentido. Somos desafortunadamente un "pueblo de cabeza dura" que cae continuamente, que peca, incluso, que repite sus mismas faltas, pero Dios nos conoce y nos ama, por eso, dice el Salmo 103 que no nos trata como merecen nuestras culpas.
El único que no es perdonado, es el soberbio, el arrogante, el que piensa que es bueno y que no necesita ser perdonado, éste permanece en su arrogancia y, desafortunadamente, en su pecado. Aprendamos hoy de Moisés la humildad, y acerquémonos a Aquel que es amor y misericordia, pues en él siempre encontraremos acogida, perdón, y el amor que da vida.
Y como vemos hoy en este pasaje del Éxodo, ésta ha sido la enseñanza de Dios a su pueblo a lo largo de toda la Escritura. Y es que Dios no rechaza un corazón arrepentido. Somos desafortunadamente un "pueblo de cabeza dura" que cae continuamente, que peca, incluso, que repite sus mismas faltas, pero Dios nos conoce y nos ama, por eso, dice el Salmo 103 que no nos trata como merecen nuestras culpas.
El único que no es perdonado, es el soberbio, el arrogante, el que piensa que es bueno y que no necesita ser perdonado, éste permanece en su arrogancia y, desafortunadamente, en su pecado. Aprendamos hoy de Moisés la humildad, y acerquémonos a Aquel que es amor y misericordia, pues en él siempre encontraremos acogida, perdón, y el amor que da vida.
Oración
Señor, que tu luz me haga ver la miseria en la que me encuentro sumergido; que pueda yo levantarme, por tu gracia, y caminar hacia ti, arrepentido, sin temor a ser rechazado, pues tu palabra me da confianza, seguridad y fe en que me perdonarás.
Accion
Pediré a Jesús que me libere de la esclavitud de ese pecado al que había permanecido aferrado por tanto tiempo, y haré el firme propósito de no volverlo a cometer ni seguirlo justificando falsamente.
EL EVANGELIO DE HOY
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Mateo 13, 36-43
En aquel tiempo, Jesús despidió a la multitud y se fue a su casa. Entonces se le acercaron sus discípulos y le dijeron: "Explícanos la parábola de la cizaña sembrada en el campo".
Jesús les contestó: "El sembrador de la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del Reino; la cizaña son los partidarios del demonio; el enemigo que la siembra es el demonio; el tiempo de la cosecha es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles.
Y así como recogen la cizaña y la queman en el fuego, así sucederá al fin del mundo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles para que arranquen de su Reino a todos los que inducen a otros al pecado y a todos los malvados, y los arrojen en el horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga".
Jesús les contestó: "El sembrador de la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del Reino; la cizaña son los partidarios del demonio; el enemigo que la siembra es el demonio; el tiempo de la cosecha es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles.
Y así como recogen la cizaña y la queman en el fuego, así sucederá al fin del mundo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles para que arranquen de su Reino a todos los que inducen a otros al pecado y a todos los malvados, y los arrojen en el horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga".
Reflexión
PACIENCIA Y PERDÓN
Los apóstoles no entendieron las palabras de Jesús y le pidieron que les explicara la parábola. Así eran ellos, hombres con limitaciones, que no entendían las enseñanzas de Jesús a la primera. Y así somos nosotros también. Sin embargo, Cristo nos escoge para hacer de nosotros pescadores de hombres, predicadores de su Evangelio. Entonces, ¿qué nos falta para convertirnos en grandes apóstoles, al estilo de los doce? El Evangelio nos enseña que, igual que en el campo crecen juntamente la cizaña y el trigo, también a menudo en la historia de nuestra vida se encuentran profundamente entrelazados el mal y el bien. De esta forma, Jesús nos recuerda que vino precisamente para eso, para ayudarnos en nuestra debilidad. La parábola de la cizaña nos hace ver que necesitamos de la conversión permanente y la oración.
¿Soy capaz de mirar con ojos de amor misericordioso a mi prójimo, al estilo de Dios y de Jesús?
Oración: Señor, ayúdame a oír y creer en tu Palabra. Que su mensaje sea el inicio de mi conversión. Que tú seas el principio y fin en las actividades de este día.
Amén.
Los apóstoles no entendieron las palabras de Jesús y le pidieron que les explicara la parábola. Así eran ellos, hombres con limitaciones, que no entendían las enseñanzas de Jesús a la primera. Y así somos nosotros también. Sin embargo, Cristo nos escoge para hacer de nosotros pescadores de hombres, predicadores de su Evangelio. Entonces, ¿qué nos falta para convertirnos en grandes apóstoles, al estilo de los doce? El Evangelio nos enseña que, igual que en el campo crecen juntamente la cizaña y el trigo, también a menudo en la historia de nuestra vida se encuentran profundamente entrelazados el mal y el bien. De esta forma, Jesús nos recuerda que vino precisamente para eso, para ayudarnos en nuestra debilidad. La parábola de la cizaña nos hace ver que necesitamos de la conversión permanente y la oración.
¿Soy capaz de mirar con ojos de amor misericordioso a mi prójimo, al estilo de Dios y de Jesús?
Oración: Señor, ayúdame a oír y creer en tu Palabra. Que su mensaje sea el inicio de mi conversión. Que tú seas el principio y fin en las actividades de este día.
Amén.
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