lunes, 21 de agosto de 2017



Meditación

Un santo sacerdote decía en una ocasión, refiriéndose a nuestra naturaleza caída: "Pobrecito ser humano". Con ello iluminaba la miseria de nuestra condición, que como dice san Pablo, "está vendida al pecado". En este pasaje vemos al pueblo de Dios, al pueblo que ha visto los prodigios y las maravillas de Dios, cometer toda clase de maldades. La causa: han abandonado al verdadero Dios y se han postrado ante dioses falsos que ofrecen paraísos "artificiales".

Dioses a los que se les puede servir con comodidad y sin compromiso, que se acomodan a nuestros deseos; dioses que no exigen renuncia y que permiten la avaricia, el lucro, la venganza, que conducen la vida hacia el abismo. Esto ocurrió con Israel, y continúa sucediendo con todos aquellos que, en lugar de seguir al único y verdadero Dios, al Dios del amor, de la salvación y del perdón, van en busca de los dioses falsos, de ídolos inertes que solo terminan por destruir la vida.

Nosotros, cristianos, no somos inmunes a la seducción de los "dioses modernos"; y de hecho, si nuestra sociedad, que decimos "cristiana", padece de esta perversión es porque muchos de los cristianos han volteado sus ojos, si no totalmente, sí con cierta aceptación, hacia los falsos dioses. Tengamos cuidado, los dioses falsos, los ídolos, ofrecen un falso bienestar que, tarde o temprano, se convertirá en sufrimiento y soledad. Centremos nuestros ojos en Jesús y busquemos con todo nuestro corazón vivir conforme a su evangelio.

Oración

Señor, perdona mi infidelidad, perdóname por todas las veces que he mirado hacia otros atractivos y les he dado una importancia que solo a ti te corresponde. Quiero decirte que tú eres mi Dios, solo tú mi alegría y salvación, defiéndeme del malo y ponme muy cerca de ti.

Acción

Hoy reflexionaré en cuáles son los ídolos actuales que me hacen apartar mi vista de Dios.


Shalom!


Reflexión

A la pregunta que le hace este joven a Jesús sobre qué cosa es necesaria para alcanzar la vida eterna (que puede ser traducida como: "entrar en el Reino", esto es: para ser feliz), él le responde: "cumple los mandamientos". 

No le pide otra cosa. Es decir, lo mínimo que necesitamos para que nuestra vida se desarrolle dentro del Reino, es ser fieles a nuestros compromisos bautismales. Hoy en día, como seguramente lo fue en tiempos de este joven, la gente no es feliz, pues, no vive de acuerdo a estos simples principios establecidos por Dios, y que tienen como objeto, advertirnos de todo aquello que es dañino para nuestra vida. 

La ley, podríamos compararla al aviso que le da la mamá al niño para que no se coma el pastel caliente, que aunque se presenta muy sabroso, ella sabe bien que le hará mal, lo enfermará del estómago. Dios nos ha instruido sobre todo aquello que nos destruye y nos roba la felicidad, por eso Jesús le dice: "Cumple la ley". 

Si queremos que nuestra vida tenga las características del Reino, que se desarrolle en la alegría y la paz de Dios, que pueda ser plenamente feliz, debemos empezar por cumplir los mandamientos. ¿Por qué no haces hoy una pequeña revisión de cómo estás viviendo esta enseñanza de Jesús? Pregúntate si en realidad estás buscando vivir los mandamientos.

Shalom!

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