lunes, 27 de noviembre de 2017

El Evangelio del Día

PRIMERA LECTURA

No hubo ninguno como Daniel, Ananías, Misael y Azarías.

Del libro de Daniel 1, 1-6.8-20

El año tercero del reinado de Joaquín, rey de Judá, vino a Jerusalén Nabucodonosor, rey de Babilonia, y la sitió. El Señor entregó en sus manos a Joaquín, rey de Judá, así como parte de los objetos del templo, que él se llevó al país de Senaar y los guardó en el tesoro de sus dioses.
El rey mandó a Aspenaz, jefe de sus oficiales, que seleccionara de entre los israelitas de sangre real y de la nobleza, algunos jóvenes, sin defectos físicos, de buena apariencia, sobrios, cultos e inteligentes y aptos para servir en la corte del rey, con el fin de enseñarles la lengua y la literatura de los caldeos.
El rey les asignó una ración diaria de alimentos y de vino de su propia mesa. Deberían ser educados durante tres años y después entrarían al servicio del rey. Entre ellos se encontraban Daniel, Ananías, Misael y Azarías, que eran de la tribu de Judá.
Daniel hizo el propósito de no contaminarse compartiendo los alimentos y el vino de la mesa del rey, y le suplicó al jefe de los oficiales que no lo obligara a contaminarse. Dios le concedió a Daniel hallar favor y gracia ante el jefe de los oficiales. Sin embargo, éste le dijo a Daniel: “Le tengo miedo al rey, mi señor, porque él les ha asignado a ustedes su comida y su bebida, y si llega a verlos más delgados que a los demás, estará en peligro mi vida”.
Daniel le dijo entonces a Malasar, a quien el jefe de los oficiales había confiado el cuidado de Daniel, Ananías, Misael y Azarías: “Por favor, haz la prueba con tus siervos durante diez días; que nos den de comer legumbres, y de beber, agua; entonces podrás comparar nuestro aspecto con el de los jóvenes que comen de la mesa del rey y podrás tratarnos según el resultado”.
Aceptó él la propuesta e hizo la prueba durante diez días. Al cabo de ellos, los jóvenes judíos tenían mejor aspecto y estaban más robustos que todos los que comían de la mesa del rey. Desde entonces Malasar les suprimió la ración de comida y de vino, y les dio sólo legumbres.
A estos cuatro jóvenes les concedió Dios sabiduría e inteligencia en toda clase de ciencia. A Daniel, además, el don de interpretar visiones y sueños.
Al cabo del tiempo establecido, el jefe de los oficiales llevó a todos los jóvenes ante Nabucodonosor y se los presentó. El rey conversó con ellos y entre todos no encontró a nadie como Daniel, Ananías, Misael y Azarías. Quedaron entonces al servicio del rey. Y en todas las cosas de sabiduría, inteligencia y experiencia que el rey les propuso, los encontró diez veces superiores a todos los magos y adivinos de su reino.

Palabra de Dios. 
  
El Evangelio del Día


Vio a una viuda pobre que echaba dos moneditas.

 Lucas 21, 1-4
En aquel tiempo, levantando los ojos, Jesús vio a unos ricos que echaban sus donativos en las alcancías del templo. Vio también a una viuda pobre, que echaba allí dos moneditas, y dijo: “Yo les aseguro que esa pobre viuda ha dado más que todos. Porque éstos dan a Dios de lo que les sobra; pero ella, en su pobreza, ha dado todo lo que tenía para vivir”.

Palabra del Señor.

GENEROSOS EN LA ENTREGA

Daniel quiere destacar la protección de Dios sobre aquellos que permanecen fieles, como los cuatro jóvenes, que pese a su condición de servidumbre en un reinado idólatra, no reniegan de Yahvé y esto les vale para que les vaya bien. Hay que reconocer, sin embargo, que no a todos que son fieles a Dios se les asegura que les va a ir bien en esta tierra. Algunos, los mártires de todos los tiempos, pagan su fidelidad con la muerte. Empezando por el mismo Jesús. Tenemos que aprender bien esta lección: Dios, nuestro Padre, siempre permanece con nosotros en todos los momentos de nuestro existir, nos protege y nunca nos deja solos, lo que no quiere decir que no tengamos que sufrir.
Los ricos depositan sus donativos de lo que les sobra, la viuda, en cambio, unas moneditas que representan todo cuanto tiene para vivir. Jesús emplea esta imagen para demostrar que no es lo valioso, lo poderoso o dominante lo significativo a los ojos de Dios. En la jerarquía de valores de la nueva sociedad prima el desprendimiento, la solidaridad, la entrega y la donación a favor del otro. A Dios le agrada la generosidad, y lo que parece insignificante a los ojos de este mundo, tiene un valor inmenso para Dios cuando vienen de un corazón humilde, sencillo, dispuesto a entregarlo todo a cambio de nada. Una óptima relación con Dios no depende de la abundancia de las obras, sino de la forma como se lo hace, y lo mejor es entregarlo todo incluso desde nuestra pobreza.

¿Estoy dispuesto a dar desde mi pobreza o me cuesta compartir porque me apego a lo poco que tengo?

Oración: Señor, concédenos un gran corazón, generoso, que esté en la capacidad de compartir con alegría y de manera desinteresada.

Amén.

Shalom!


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