PRIMERA LECTURA
Yo
predico el Evangelio de Dios a fin de que los paganos lleguen a ser una ofrenda
agradable al Señor.
De la Carta de san
Pablo a los Romanos 15, 14-21
Hermanos:
En lo personal estoy convencido de que ustedes están llenos de bondad y
conocimientos para poder aconsejarse los unos a los otros. Sin embargo, les he
escrito con cierto atrevimiento algunos pasajes para recordarles ciertas cosas
que ya sabían. Lo he hecho autorizado por el don que he recibido de Dios de ser
ministro sagrado de Cristo Jesús entre los paganos. Mi actividad sacerdotal
consiste en predicar el Evangelio de Dios, a fin de que los paganos lleguen a
ser una ofrenda agradable al Señor, santificada por el Espíritu Santo.
Por
lo tanto, en lo que se refiere al servicio de Dios, tengo de qué gloriarme en
Cristo Jesús, pues no me atrevería a hablar de nada sino de lo que Cristo ha
hecho por mi medio para la conversión de los paganos, valiéndose de mis
palabras y acciones, con la fuerza de señales y prodigios y con el poder del
Espíritu Santo. De esta manera he dado a conocer plenamente el Evangelio de
Cristo por todas partes, desde Jerusalén hasta la región de Iliria. Pero he
tenido mucho cuidado de no predicar en los lugares donde ya se conocía a
Cristo, para no construir sobre cimientos ya puestos por otros, de acuerdo con
lo que dice la Escritura: “Los que no habían tenido noticias de Él, lo verán; y
los que no habían oído de Él, lo conocerán”.
Palabra de Dios.
El Evangelio del Día
Los
que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios que los que
pertenecen a la luz.
Lucas 16, 1-8
En
aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Había una vez un hombre rico que
tenía un administrador, el cual fue acusado ante él de haberle malgastado sus
bienes. Lo llamó y le dijo: ‘¿Es cierto lo que me han dicho de ti? Dame cuenta
de tu trabajo, porque en adelante ya no serás administrador’. Entonces el
administrador se puso a pensar: ‘¿Qué voy a hacer ahora que me quitan el
trabajo? No tengo fuerzas para trabajar la tierra y me da vergüenza pedir
limosna. Ya sé lo que voy a hacer, para tener a alguien que me reciba en su
casa, cuando me despidan’.
Entonces
fue llamando uno por uno a los deudores de su amo. Al primero le preguntó:
‘¿Cuánto le debes a mi amo?’. El hombre respondió: ‘Cien barriles de aceite’.
El administrador le dijo: ‘Toma tu recibo, date prisa y haz otro por
cincuenta’. Luego preguntó al siguiente: ‘Y tú, ¿cuánto debes?’. Éste
respondió: ‘Cien sacos de trigo’. El administrador le dijo: ‘Toma tu recibo y haz
otro por ochenta’.
El
amo tuvo que reconocer que su mal administrador había procedido con habilidad.
Pues los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios que los
que pertenecen a la luz”.
Palabra del Señor
ADMINISTRAR CON
SENSATEZ
En la Primera Lectura vemos como Pablo se siente orgulloso de la obra realizada en pro de la conversión de
los paganos, gracias a la fuerza que recibe del Espíritu Santo, también en
nosotros debe acrecentarse esa conciencia de ser instrumentos elegidos por Dios
para el anuncio del Evangelio. Contamos con la asistencia del Espíritu, que
hemos recibido el día de nuestro bautismo y que nos habilita para la misión.
Como en los primeros tiempos, existen también hoy lugares en donde todavía no
se ha nombrado a Cristo, porque otras realidades quieren ocultar su nombre. En
estos ambientes diversos estamos llamados a evangelizar con la misma valentía y
el celo que caracterizó al apóstol de los gentiles.
En
los asuntos del mundo no siempre los que proceden con honradez son los que
finalmente tienen éxito. Con la historia del administrador astuto, Jesús nos
pide que pongamos los bienes en circulación y lo cambiemos, sin vacilar, por
algo más precioso, como son los lazos de mutuo agradecimiento. Los bienes
materiales son útiles sobre todo cuando nos servirnos de ellos para alcanzar
bienes mayores. No somos propietarios, sino administradores de nuestros bienes,
y los debemos usar para bien de todos. Dios nos ha regalado los recursos
suficientes para que todos podamos vivir dignamente, pero por los deseos
desordenados de poseer más de lo necesario hacemos que otros vivan en la
pobreza. Eso es un pecado imperdonable.
¿Qué tanto comparto el fruto de mi trabajo con los que no tienen posibilidades
de una vida digna?
Oración: Concédenos, Señor, la prudencia para saber administrar nuestra propia
existencia, dando con alegría y compartiendo el pan con los necesitados.
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