Primera
Lectura
Romanos 4, 19-25
Hermanos: La fe de Abraham no se debilitó a
pesar de que, a la edad de casi cien años, su cuerpo ya no tenía vigor y,
además, Sara, su esposa, no podía tener hijos. Ante la firme promesa de Dios no
dudó ni tuvo desconfianza, antes bien, su fe se fortaleció y dio con ello
gloria a Dios, convencido de que él es poderoso para cumplir lo que promete.
Por eso, Dios le acreditó esta fe como justicia.
Ahora bien, no sólo por él está escrito que
"se le acreditó", sino también por nosotros, a quienes se nos acreditará
si creemos en aquel que resucitó de entre los muertos, en nuestro Señor
Jesucristo, que fue entregado a la muerte por nuestros pecados y resucitó para
nuestra justificación.
Palabra de Dios
Meditación
De nuevo san Pablo presenta de forma
categórica cómo la fe es el pilar donde está cimentada toda nuestra vida
cristiana. Es, pues, necesario creer con firmeza que en Jesús está la respuesta
a todas nuestras angustias, a nuestras ansiedades; que en él hay vida y vida en
abundancia. Es triste ver cómo nuestro mundo, cubierto por la sombra del
pragmatismo, no cree. Dice tener fe pero en realidad no la tiene, pues creer es
confiar y dejarlo todo en las manos de Jesús.
En el pasaje que cita san Pablo vemos que la
fe de Abraham se manifiesta en sus acciones. Dios primero le dice: "deja
tu tierra y ponte en camino a la tierra que yo te mostraré". Y, confiado
en esa Palabra, Abraham se pone en camino, sin ni siquiera saber hacia dónde
iba. Deja sus seguridades y se deposita en la confianza plena del Señor.
Si nosotros decimos tener fe, debemos obrar
de la misma manera: sin preguntas, sin objeciones; con la certeza de que es en
las manos de Dios en las que estamos dejando nuestros proyectos, nuestra
familia, todo lo que tenemos y somos. Con una fe como esta, es como nosotros podemos
llegar realmente a ser testigos del amor de Dios, y a llevar una vida serena y
en armonía con nosotros mismos y con los demás.
Oración
Señor, cuántos proyectos de vida hemos dejado
inconclusos y, en ocasiones, muchos otros sin haberlo intentado, simplemente
por no tener fe, por temor a perderlo todo. Que deje yo actuar al Espíritu
Santo para que pueda confiar más en tu palabra, aunque no vea con claridad
hacia dónde me diriges o qué es lo que me pides.
Acción
Cada mañana agradeceré al Señor todo lo que
tengo, estas cosas las pondré en sus manos y le diré, como Job: "El Señor
me lo dio todo, el Señor me lo quitó".
Evangelio
del Día
Lucas 12, 13-21
En aquel tiempo, hallándose Jesús en medio de
una multitud, un hombre le dijo: "Maestro, dile a mi hermano que comparta
conmigo la herencia". Pero Jesús le contestó: "Amigo, ¿quién me ha
puesto como juez en la distribución de herencias?"
Y dirigiéndose a la multitud, dijo:
"Eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la
abundancia de los bienes que posea".
Después les propuso esta parábola: "Un
hombre rico tuvo una gran cosecha y se puso a pensar: ‘¿Qué haré, porque no
tengo ya en dónde almacenar la cosecha? Ya sé lo que voy a hacer: derribaré mis
graneros y construiré otros más grandes para guardar ahí mi cosecha y todo lo
que tengo. Entonces podré decirme: Ya tienes bienes acumulados para muchos años;
descansa, come, bebe y date a la buena vida’. Pero Dios le dijo: ‘¡Insensato!
Esta misma noche vas a morir. ¿Para quién serán todos tus bienes?’ Lo mismo le
pasa al que amontona riquezas para sí mismo y no se hace rico en lo que vale
ante Dios".
Reflexión
Ante esta propuesta del evangelio nos
podríamos preguntar: ¿es malo entonces tener riquezas? Y la respuesta es no. Lo
que pone o puede poner en peligro nuestra vida de gracia es acumular. Jesús nos
explica hoy que tener sólo por atesorar, empobrece nuestra vida y priva a los
demás de los bienes que han sido creados para todos.
Decía un santo: "Lo que te sobra, no te
pertenece". La belleza de la vida cristiana consiste en adquirir, por
medio de la gracia, la capacidad de compartir. Deja que las cosas, como el agua
entre nuestras manos, corran hacia los demás. Esta es la verdadera libertad que
lleva al hombre a experimentar la paz y la alegría perfecta.
Shalom!
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