sábado, 10 de marzo de 2018

Evangelio del Día


“Subieron al templo a orar”

PRIMERA LECTURA

Yo quiero misericordia y no sacrificios.

Del libro de Oseas 6, 1-6
Esto dice el Señor: “En su aflicción, mi pueblo me buscará y se dirán unos a otros: ‘Vengan, volvámonos al Señor; Él nos ha desgarrado y Él nos curará; Él nos ha herido y Él nos vendará. En dos días nos devolverá la vida, y al tercero, nos levantará y viviremos en su presencia.
Esforcémonos por conocer al Señor; tan cierta como la aurora es su aparición y su juicio surge como la luz; bajará sobre nosotros como lluvia temprana, como lluvia de primavera que empapa la tierra’.
¿Qué voy a hacer contigo, Efraín? ¿Qué voy a hacer contigo, Judá? Su amor es nube mañanera, es rocío matinal que se evapora. Por eso los he azotado por medio de los profetas y les he dado muerte con mis palabras. Porque yo quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios, más que holocaustos”.
Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL

Del salmo 50

R/. “Misericordia quiero, no sacrificios, dice el Señor”.

• Por tu inmensa compasión y misericordia, / Señor, apiádate de mí y olvida mis ofensas. / Lávame bien de todos mis delitos, / y purifícame de mis pecados. R/.

• Tú, Señor, no te complaces en los sacrificios / y si te ofreciera un holocausto, no te agradaría. / Un corazón contrito te presento, / y a un corazón contrito, tú nunca lo desprecias. R/.

• Señor, por tu bondad, apiádate de Sion, / edifica de nuevo sus murallas. / Te agradarán entonces los sacrificios justos, / ofrendas y holocaustos. R/.

EVANGELIO DEL DIA

El publicano regresó a su casa justificado, el fariseo no.

Del Evangelio según san Lucas 18, 9-14
En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola sobre algunos que se tenían por buenos y despreciaban a los demás:
“Dos hombres subieron al templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ‘Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros; tampoco soy como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todas mis ganancias’. El publicano, en cambio, se quedó lejos y no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Lo único que hacía era golpearse el pecho, diciendo: ‘Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador’.
Pues bien, yo les aseguro que éste bajó a su casa justificado y aquél no; porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.
Palabra del Señor.

Reflexión
Yo confieso…
Muchos asociamos la “conversión” al Señor con la simple práctica de ciertos ritos y sacrificios y creemos que con eso agradamos a Dios y logramos la justificación, pero no es así, pues este tipo de arrepentimiento es como nube mañanera, rocío matinal que se evapora. Cuando actuamos de esa forma, Dios se pregunta: ¿qué haré con esa gente? Él sabe de nuestras buenas intenciones, pero no puede aceptar aquello que está vacío de amor y conocimiento del Señor. ¡Atención por favor! Los sacrificios y ofrendas que hagamos a Dios no son nada si no van acompañadas de reconocimiento y humildad.
Reconocimiento de nuestra pobre condición y humildad para aclamar: “Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador”. No somos impecables –por más que así queramos creerlo (eso es del diablo)–, sino personas que pecamos, fallamos, caemos… Ninguno tiene su hoja en blanco en el “libro de la vida” en espíritu de pobreza, en mansedumbre, en limpieza de corazón, en trabajar por los pobres y la justicia… Nadie puede pronunciar las orgullosas palabras del fariseo. Jesús nos enseña que son los humildes los que serán justificados. Ser humilde es reconocerse pecador ante los ojos de Dios y de los hombres, y pedir compasión. El humilde sabe que nunca será justo por más sacrificios que haga, pues es humano y falla, pero también confía en la compasión del Dios que viene a sanar y salvar a los pecadores. ¡No dejemos que nos domine la soberbia espiritual!
¿Qué me hace falta para alcanzar una verdadera conversión?

Oración: Por tu inmensa compasión y misericordia, Señor, apiádate de mí y perdona mis pecados. Te ofrezco un corazón contrito, acéptalo Dios mío. Amén.

Shalom!



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