Escuchar al amado del Padre
Esta fiesta, conocida como Transfiguración del Señor, está llena de luz y color. El profeta Daniel habla de un blanco como la nieve o la lana, llamas de fuego, ruedas encendidas, nubes del cielo, gloria y reino perpetuos. Por su parte, Pedro habla de una voz poderosa que proclama quién es Jesús: lámpara que ilumina, lucero de la mañana. Igualmente, Marcos habla de una blancura resplandeciente como ninguna, nube luminosa, voz potente del cielo. Así, la liturgia de hoy utiliza las expresiones más luminosas para describir una realidad que está más allá de lo convencional. Se trata de la luz de la divinidad, de la resurrección, de la vida eterna, del futuro del creyente en la Iglesia, de una meta alcanzada (salvación) que aún no llega a su plenitud.
Cada texto, a su manera, expresa la realidad trascendente del Dios de la gloria que se ha revelado en el Hijo amado del Padre, el predilecto, Aquel a quien se debe escuchar, “porque sólo Él tiene palabras de vida eterna”. Por eso, la voz del cielo, identificada como la del Padre que dice “escúchenlo”, debe resonar en nuestra vida. Porque su palabra es paz, amor, misericordia, descanso. Pidamos, pues, que esta fiesta de la Transfiguración, fiesta de la luz, permanezca en nuestro corazón con todo su resplandor, y así nos dé luz y fuerza en los momentos en que el camino de la cruz se vuelva pesado, oscuro o difícil de andar: “Éste es mi Hijo amado; escúchenlo”.
¿En qué momentos de mi vida diaria soy reflejo de Cristo para quienes me ven?
Oración: Ayúdanos, Señor, a ser resplandor de tu bondad y misericordia en medio de los que más necesitan consuelo en sus tribulaciones y esperanza en las dificultades. Amén.
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