miércoles, 28 de febrero de 2018

Evangelio del Día

“Ahora él encuentra aquí su consuelo”

PRIMERA LECTURA

Maldito el que confía en el hombre; bendito el que confía en el Señor.

Del libro de Jeremías 17, 5-10
Esto dice el Señor: “Maldito el hombre que confía en el hombre, que en él pone su fuerza y aparta del Señor su corazón. Será como un cardo en la estepa, que no disfruta del agua cuando llueve; vivirá en la aridez del desierto, en una tierra salobre e inhabitable. Bendito el hombre que confía en el Señor y en Él pone su esperanza. Será como un árbol plantado junto al agua, que hunde en la corriente sus raíces; cuando llegue el calor, no lo sentirá y sus hojas se conservarán siempre verdes; en año de sequía no se marchitará ni dejará de dar frutos. El corazón del hombre es la cosa más traicionera y difícil de curar. ¿Quién lo podrá entender? Yo, el Señor, sondeo la mente y penetro el corazón, para dar a cada uno según sus acciones, según el fruto de sus obras”.
Palabra de Dios.
SALMO
 
Del salmo 1
R/. Dichoso el hombre que confía en el Señor.
• Dichoso aquel que no se guía / por mundanos criterios, / que no anda en malos pasos / ni se burla del bueno, / que ama la ley de Dios / y se goza en cumplir sus mandamientos. R/.

• Es como un árbol plantado junto al río, / que da fruto a su tiempo / y nunca se marchita. / En todo tendrá éxito.
 R/.

• En cambio los malvados / serán como la paja barrida por el viento. / Porque el Señor protege el camino del justo / y al malo sus caminos acaban por perderlo.
 R/.

EVANGELIO DEL DIA

Recibiste bienes en tu vida y Lázaro, males; ahora él goza del consuelo, mientras que tú sufres tormentos.

Del Evangelio según san Lucas 16, 19-31
En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: “Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo, llamado Lázaro, yacía a la entrada de su casa, cubierto de llagas y ansiando llenarse con las sobras que caían de la mesa del rico. Y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas.
Sucedió, pues, que murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Murió también el rico y lo enterraron. Estaba éste en el lugar de castigo, en medio de tormentos, cuando levantó los ojos y vio a lo lejos a Abrahán y a Lázaro junto a él.
Entonces gritó: ‘Padre Abrahán, ten piedad de mí. Manda a Lázaro que moje en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas’. Pero Abrahán le contestó: ‘Hijo, recuerda que en tu vida recibiste bienes y Lázaro, en cambio, males. Por eso él goza ahora de consuelo, mientras que tú sufres tormentos. Además, entre ustedes y nosotros se abre un abismo inmenso, que nadie puede cruzar, ni hacia allá ni hacia acá’.
El rico insistió: ‘Te ruego, entonces, padre Abrahán, que mandes a Lázaro a mi casa, pues me que dan allá cinco hermanos, para que les advierta y no acaben también ellos en este lugar de tormentos’. Abrahán le dijo: ‘Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen’. Pero el rico replicó: ‘No, padre Abrahán. Si un muerto va a decír selo, entonces sí se arrepentirán’. Abrahán repuso: ‘Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso, ni aunque resucite un muerto’”.
Palabra del Señor.
 
Reflexión

¡Pobre rico!
La vida y el destino de un “rico” anónimo y de un “pobre” leproso, encarnan muy bien las dos actitudes que, según Jeremías, el ser humano puede adoptar en su vida: uno, buscar sólo su bienestar, confiar en las cosas materiales y apartar de su corazón al Señor; otro, sólo confía en el Señor, como única respuesta. Mientras el pobre, por su situación, vive apartado de la vida social, dependiendo de la caridad y de las limosnas de los demás, el rico vive despreocupado, celebrando cada día fiestas espléndidas. El contraste no puede ser mayor. Pero la muerte, tarde o temprano, termina afectando a ambos. El pobre es acogido en el seno de Abrahán, donde, según la fe bíblica, van los justos para disfrutar la vida bienaventurada; por otra parte el rico, aparentemente bendecido por Dios en vida, se encuentra en un lugar de tormento. El bienestar se le ha transformado en dolor. Y es entonces cuando pide misericordia, pero ya es muy tarde, para él se ha abierto un “abismo inmenso”. Sabemos, por el sacrificio de Cristo, que rico y pobre se salvan, la condición es lo que hemos hecho por “los más pequeños”. Y la “ley de Moisés y los profetas” nos hablan de misericordia y de responsabilidad hacia los que sufren. Mientras estemos en esta vida tenemos todavía tiempo para ponerlo en práctica. Pues, lo que tenemos que buscar en esta parábola no es una enseñanza sobre el más allá, sino sobre el más acá: ¿qué uso hacemos de los bienes materiales?
¿Vivo según la dinámica del Reino de Dios o según mis criterios?
Oración: Señor Jesús: ayúdame a vencer el egoísmo y la indiferencia ante tantos hermanos que sufren a mí alrededor; que yo sepa servir y amar como tú. Amén.
Shalom!

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