“Hace
oír a los sordos y hablar a los mudos”
Primera
lectura
Primer
Libro de los Reyes 11,29-32; 12,19
Un día, salió Jeroboán de Jerusalén, y el
profeta Ajías, de Siló, envuelto en un manto nuevo, se lo encontró en el
camino; estaban los dos solos, en descampado. Ajías agarró su manto nuevo, lo
rasgó en doce trozos y dijo a Jeroboán: «Cógete diez trozos, porque así dice el
Señor, Dios de Israel: "Voy a arrancarle el reino a Salomón y voy a darte
a ti diez tribus; lo restante será para él, en consideración a mi siervo David
y a Jerusalén, la ciudad que elegí entre todas las tribus de Israel."» Así
fue como se independizó Israel de la casa de David hasta hoy.
Palabra
de Dios
Meditación
La infidelidad siempre tiene consecuencias
negativas en la vida del hombre.
Cuando, seducidos por el pecado, olvidamos
nuestra alianza bautismal y nos enrolamos en la vida mundana, nuestra vida se
divide de la misma manera que se dividió el reino de Israel, y como producto de
esta división se pierde la paz y la armonía interior, lo que tarde o temprano
terminará por extinguir en nosotros la felicidad. Y es que, como diría Jesús,
no podemos servir a dos amos, pues con alguno de ellos se quedará mal.
En una vida dividida no se puede ser feliz.
Sin embargo, a pesar de nuestra infidelidad, Dios no cancela el compromiso de
amor que hizo con nosotros el día de nuestro bautismo y continúa manifestándose
lleno de misericordia para conducirnos de nuevo a él. Y así, de la misma manera
que dejó una tribu a la casa de David, así también el Señor con su gracia, que
nunca se extingue en nosotros, nos mueve a la conversión.
Si piensas que tu vida está lejos de Dios,
recuerda que dentro de ti está la llama de su Espíritu que te invita hoy mismo
a regresar a su amor mediante un acto de fe; si en tu vida se ha manifestado la
infidelidad a Dios o a tus seres queridos, déjate llevar por el amor
inextinguible de Dios y con humildad regresa al amor y a la fidelidad.
Oración
Dios misericordioso, que estás pronto a
perdonar y que juzgas con equidad y misericordia a tus hijos, ayúdanos a
servirte con un corazón indiviso, para que a ejemplo de Jesús, el Testigo fiel,
te alabemos y te bendigamos en cada una de nuestras acciones diarias y con cada
palabra que pronunciemos.
Compromiso
El día de hoy, cuidaré las palabras que
salgan de mi boca, para no blasfemar de Dios y no herir o lastimar a quienes me
rodean.
Salmo
Sal
80,10.11ab.12-13.14-15 R/. Yo soy el Señor, Dios tuyo: escucha mi voz
No tendrás un dios extraño,
no adorarás un dios extranjero;
yo soy el Señor, Dios tuyo,
que te saqué del país de Egipto. R/.
Pero mi pueblo no escuchó mi voz,
Israel no quiso obedecer:
los entregué a su corazón obstinado,
para que anduviesen según sus antojos. R/.
¡Ojalá me escuchase mi pueblo
y caminase Israel por mi camino!:
en un momento humillaría a sus enemigos
y volvería mi mano contra sus adversarios. R/.
Evangelio
del día
Lectura
del santo evangelio según san Marcos 7,31-37
En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio
de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis.
Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le
imponga las manos. Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en
los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le
dijo: Effetá, esto es: Ábrete. Y al momento se le abrieron los oídos, se le
soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no lo
dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo
proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: Todo lo ha hecho bien;
hace oír a los sordos y hablar a los mudos.
Palabra
del Señor
Reflexión
Este pasaje nos muestra de manera indirecta
los dos elementos fundamentales de la construcción del Reino: oír y hablar. Es
necesario oír la palabra de Dios para luego poder hablar de ella.
¿Cómo conocerán a Dios si nadie les habla de
él y cómo les hablará alguien que nunca ha escuchado la buena noticia del
Evangelio? Por ello, Jesús no duda en hacer las dos cosas: Abre los oídos del
sordo y le destraba la lengua para que pueda hablar. Ahora, él mismo se ha
convertido en un testigo del amor de Dios y por ello, como dirá el apóstol san
Juan en su primera carta, puede dar testimonio de lo que ha visto y de lo que
ha oído.
Si hoy no hay muchos que hablen de Jesús, es
porque tienen sus oídos cerrados y su lengua trabada. Pidamos hoy al Señor que
abra nuestros oídos a su palabra y nos desate la lengua para anunciar a
nuestros compañeros y vecinos, la buena noticia del Evangelio.
Shalom!
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