viernes, 2 de febrero de 2018

EVANGELIO DEL DIA

PRIMERA LECTURA

Hebreos 2, 14-18

Hermanos: Todos los hijos de una familia tienen la misma sangre; por eso Jesús quiso ser de nuestra misma sangre, para destruir con su muerte al diablo, que mediante la muerte, dominaba a los hombres, y para liberar a aquellos, que por temor a la muerte, vivían como esclavos toda su vida.

Pues como bien saben ustedes, Jesús no vino ayudar a los ángeles, sino a los descendientes de Abraham; por eso tuvo que hacerse semejante a sus hermanos en todo, a fin de llegar a ser sumo sacerdote, misericordioso con ellos y fiel en las relaciones que median entre Dios y los hombres, y expiar así los pecados del pueblo. Como él mismo fue probado por medio del sufrimiento, puede ahora ayudar a los que están sometidos a la prueba.

Palabra de Dios

Meditación

La lectura de hoy, nos invita a reflexionar en lo importante que somos nosotros delante de Dios. Distintamente a lo que muchos pudieran pensar, nosotros no somos una creación cualquiera, sino única y exclusiva de Dios, creatura a la cual, por medio de Jesús, nos incorporó a su familia y, por ello, podemos llamar verdaderamente Padre a Dios.

Pero más aún, somos tan importantes y nuestra vida es tan apreciada por Dios que envió a su único Hijo para que, dando su vida en rescate, nos diera la vida. Imagínate, pagó tu vida eterna con su propia vida. Ya no eres más esclavo, sino que ahora eres hijo de Dios. ¿Cómo no responder con generosidad a un Dios que te ama tanto? ¿Cómo no darle lo mejor de ti a Aquél que entregó su sangre para que tuvieras vida y la tuvieras en abundancia?

Oración

Señor, ¿cómo pudiera responder adecuadamente y con gratitud a aquello que has ganado para mí? Diste tu vida entera para hacerme partícipe de tu vida inmortal; lo único que se me ocurre es ofrecerte mi vida entera, sé que no es tan grande y poderosa como la tuya, sin embargo, sí es lo mejor que tengo, y así te la doy, acéptala por tu infinito amor.

Compromiso

Hoy, en cada decisión que tome me preguntaré: ¿Lo haría Jesús?, consciente de que es Jesús quien está viviendo en mí.

EVANGELIO DEL DIA

Lucas 2, 22-40

Transcurrido el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, ella y José llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley: Todo primogénito varón será consagrado al Señor, y también para ofrecer, como dice la ley, un par de tórtolas o dos pichones.

Vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón justo y temeroso de Dios, que aguardaba el consuelo de Israel; en él moraba el Espíritu Santo, el cual le había revelado que no moriría sin haber visto antes al Mesías del Señor. Movido por el Espíritu, fue al templo, y cuando José y María entraban con el niño Jesús para cumplir con lo prescrito por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo:

"Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo,
según lo que me habías prometido,
porque mis ojos han visto a tu Salvador,
al que has preparado para bien de todos los pueblos;
luz que alumbra a las naciones
y gloria de tu pueblo, Israel".

El padre y la madre del niño estaban admirados de semejantes palabras. Simeón los bendijo, y a María, la madre de Jesús, le anunció: "Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma".

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana. De joven, había vivido siete años casada y tenía ya ochenta y cuatro años de edad. No se apartaba del templo ni de día ni de noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones.

Ana se acercó en aquel momento, dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel.

Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él.

Reflexión

“Mis ojos han visto a tu Salvador”

En el relato de la presentación de Jesús en el templo destaca el telón de fondo que no es otro que el propio templo, el de Jerusalén. En tal lugar  residencia oficial de Dios en el Antiguo Testamento, se alaba a Dios y se espera al Mesías, y así los vinculados al templo tienen ocasión de dar un singular testimonio de Jesús. Sus padres siguen el protocolo de la ley mosaica acerca de la presentación en el Templo de su hijo primogénito. Allí estaba Simeón, expectante del consuelo de Israel, que movido por el Espíritu va al templo cuando Jesús era presentado. Al ver al Señor proclama la alabanza a la gran obra de salvación de los pueblos que sucederá gracias a Jesús de Nazaret, quien será la luz que necesitan las naciones para gloria del pueblo del Señor, porque la acción de Dios, por su medio, es obra de alegría y salvación. María, la madre de Jesús, tiene que escuchar palabras nada complacientes por mor de su hijo: será un Mesías sufriente y ella participará de sus quebrantos. Cierra el elenco de esta hermosa escena la anciana Ana, mujer de oración, que se manifiesta capaz de captar la misión de aquel niño y agradecer a Dios por haberlo conocido: ha valido la pena esperar para conocer a quien nos ofrecerá la redención y robustecerá.

¿Acepta la comunidad el reto de iluminar nuestra historia y los eventos del mundo de hoy con la luz del Evangelio y la fuerza de la Palabra de Dios?


Shalom!

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