sábado, 6 de enero de 2018

EVANGELIO DEL DIA


PRIMERA LECTURA

El Espíritu, el agua y la sangre.

De la Primera carta de san Juan 5, 5-13

Queridos hijos: ¿Quién es el que vence al mundo? Sólo el que cree que Jesús es el Hijo de Dios. Jesucristo se manifestó por medio del agua y de la sangre; Él vino, no sólo con agua, sino con agua y con sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad. Así pues, los testigos son tres: el Espíritu, el agua y la sangre. Y los tres están de acuerdo.
Si aceptamos el testimonio de los hombres, el testimonio de Dios vale mucho más y ese testimonio es el que Dios ha dado de su Hijo.
El que cree en el Hijo de Dios tiene en sí ese testimonio. El que no le cree a Dios, hace de Él un mentiroso, porque no cree en el testimonio que Dios ha dado de su Hijo. Y el testimonio es éste: que Dios nos ha dado la vida eterna y esa vida está en su Hijo. Quien tiene al Hijo, tiene la vida; quien no tiene al Hijo, no tiene la vida.
A ustedes, los que creen en el nombre del Hijo de Dios, les he escrito estas cosas, para que sepan que tienen la vida eterna.

Palabra de Dios.



SALMO RESPONSORIAL
Del salmo 147

R/. Bendito sea el Señor.

Glorifica al Señor, Jerusalén, / a Dios ríndele honores, Israel. / Él refuerza el cerrojo de tus puertas / y bendice a tus hijos en tu casa. R/.

Él mantiene la paz en tus fronteras, / con su trigo mejor sacia tu hambre. / Él envía a la tierra su mensaje / y su palabra corre velozmente. R/.

Le muestra a Jacob su pensamiento, / sus normas y designios a Israel. / No ha hecho nada igual con ningún pueblo, / ni le ha confiado a otro sus proyectos. R/.



EVANGELIO DEL DIA

Tú eres mi Hijo amado; yo tengo en ti mis complacencias.

Del Evangelio según san Marcos 1, 7-11

En aquel tiempo, Juan predicaba diciendo: “Ya viene detrás de mí uno que es más poderoso que yo, uno ante quien no merezco ni siquiera inclinarme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero Él los bautizará con el Espíritu Santo”.
Por esos días, vino Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Al salir Jesús del agua, vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en figura de paloma, descendía sobre Él. Se oyó entonces una voz del cielo que decía: “Tú eres mi Hijo amado; yo tengo en ti mis complacencias”.

Palabra del Señor.

“QUIEN TIENE AL HIJO, TIENE LA VIDA”

¿Quiénes somos los cristianos? Los que nos hemos encontrado con Jesús en el Espíritu, en el agua (bautismo) y la sangre (Celebración de la Palabra). Y de esa experiencia de encuentro hemos pasado a creer que Él es el Hijo de Dios, hecho hombre para devolvernos la dignidad de hijos y regalarnos la salvación. Jesús se ha hecho el encontradizo con nosotros y nos ha convencido de que Él es “el Camino, la Verdad y la Vida”. Por eso acudimos a Él constantemente para saciar nuestro fuerte anhelo de vida y alejar de nosotros los signos de muerte: tristeza, dolor, desilusión, sinsentido, vacío… Acojamos con esperanza este hermoso mensaje de fe: “Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo”.
Jesús, que era Dios, que no tenía ningún pecado, acude a Juan para ser bautizado. Con este gesto Él nos demuestra la grandeza de este misterio. Pues por el bautismo nos hacemos hijos de Dios, se nos abren las puertas del cielo y empezamos a caminar hacia la “vida eterna”. Dios nos da su gracia a través del bautismo (don del Espíritu Santo), corresponde a cada creyente hacerla crecer, hacerla fecunda con la fe y las buenas obras. ¿Hasta dónde? Hasta lograr que el Padre exclame también de cada uno de nosotros: “Éste es mi hijo amado…, en él me complazco”. Una vez que Jesús se hizo bautizar, comenzó su misión. Seamos también nosotros misioneros y portadores del mensaje redentor y salvífico de Cristo a un mundo que, a veces, parece caminar a ciegas.

Como fruto de la experiencia del amor de Dios, ¿busco conocer y cumplir con la voluntad de Dios en mi vida?

Oración: Señor, impúlsame en todo momento a conocer y hacer tu voluntad. Que la siga siempre por amor. Ayúdame a “hacer siempre lo que Dios quiere de mí”.

Amén.

Shalom!

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